Por: Margarita María Peláez Mejía
Alba Lucía Serna: profesora, amiga, colega, ¡MAESTRA!
Conocí a Alba Lucia Serna como mi profesora en sociología de la Universidad Pontificia Bolivariana. Era muy joven, venía con una maestría de los Estados Unidos y traía conocimientos en investigación, teoría sociológica y urbanismo.
Su tono de voz amable y firme, inspiraba confianza aún sin iniciar sus planteamientos. Sus conocimientos los compartía con profesionalismo, profundidad, deleite y generosidad. Era maestra y amiga. Compartíamos espacios e intereses con el grupo de teatro de la Universidad Pontificia Bolivariana -UPB- del cual yo hacía parte, y Alba Lucia era acompañante permanente.
Al darse el cierre de la carrera de sociología de la UPB, ella se integró como docente al Departamento de Sociología de la Universidad de Antioquia, al que me vincularía años después.
Como colegas, fortalecimos nuestra amistad y conformamos un grupo de amigos y amigas, en donde se incluyeron “morcito“, Andrés, su compañero y padre de su hija, y Fernando, mi esposo. Éramos colegas y amigos que compartíamos una visión de la universidad pública y un compromiso con nuestra profesión de sociólogos, haciendo aportes a la investigación y las prácticas profesionales, como salidas a la crítica situación social y política del país. Allí participábamos entre otros: Argelia Londoño, Manuel Restrepo, Raúl Vásquez, Rosalba Arango y yo.
Grupo que salimos a manifestación .
Andrés, Alba Lucia, Amparo, Argelia, Alma Alicia, Margarita, Fernando, Carlos, Diego
Alba Lucía jugaba un papel fundamental en las discusiones acaloradas en nuestro grupo, en donde ella con su actitud calmada, con su coherencia, disciplina y respeto por las opiniones diversas, hacía su intervención argumentada, poniendo un ritmo tranquilo para que el ambiente emocional se calmara, podernos disponer a la escucha, y concluyéramos en acuerdos y propuestas. Fue la vicedecana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, haciendo equipo con el decano, Fernando, mi compañero.
Compartimos épocas de grandes cambios y violencias al interior de la Universidad de Antioquia, consecuencia del ambiente político y social vivido en el país y en la ciudad.
En mayo del 2023, tres días antes de su partida a otras dimensiones, me acompañó a la exposición de la obra de Alejandro Cock Peláez mi hijo, ganadora de “Estímulos Audiovisuales del Ministerio de Cultura”. Su intervención en la Biblioteca Pública Piloto, fue amorosa, analítica y agradecida. Cerró con un aplauso del público. Al terminar nuestras exposiciones en el evento, decidimos salir a cenar juntos, el equipo que me acompañó a desarrollar esta beca y recuperar la memoria y archivos de Alejandro, Alba Lucía, Fernando y yo. La que conocía mejor la urbanización Carlos E. Restrepo era ella, nos llevó a un delicioso restaurante. Alba Lucía fue el centro de la atención esa noche, nos sugirió el menú con la especialidad del restaurante. Como anfitriona del lugar inició contando unas anécdotas de Alejandro cuando era niño, nos participó con orgullo sobre su hija María Antonia, su trabajo intelectual y proyectos, que tenían relación con los intereses de dos de las integrantes del grupo de la beca. Compartieron los correos electrónicos para contactarse, porque pronto ella vendría al país. Terminada la cena, la llevamos a su apartamento, despidiéndonos con un fuerte abrazo y agradeciendo por una tarde- noche tan bella, interesante, de tanto afecto. Fue nuestro último adiós. La sigo recordando con su sonrisa y un paso firme y confiado hacia su hogar.
Siempre se ha dicho que como se vive, se muere. Tuve la fortuna de leer sus memorias de infancia y entender que nunca traicionó su origen campesino, el dolor de pertenecer a una familia desplazada, la indefensión de su niñez, su cercanía desde temprana edad con la muerte, su hermanita de siete años murió por afección cardíaca, la misma que había sido diagnosticada a Alba Lucía, y que como ella decía: “yo he pensado en la muerte como una realidad más o menos cercana y sin miedo ni aspavientos aprendí a verla como algo natural”.
Siempre la enfermedad la acompañó y le permitió vivir el presente como regalo de la vida. Esa fue su gran diferencia y su valoración del mundo. Trascender lo que no era escencial, centrarse en lo fundamental, no perder la calma y la esperanza. La enfermedad nos lleva a asumir el viaje hacia el interior, el único que da la fuerza para conectar con lo esencial y trascendental de la existencia humana, para lograr esto se requiere valentía y autenticidad, de ambas cualidades ella hizo gala.
Gracias Maestra por tu paso por nuestras vidas, por ser un ejemplo a seguir, y por el camino recorrido juntas.
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