Mi hijo Alejandro se despidió de la vida y emprendió vuelo hacia la eternidad el 1 de mayo del 2015, a la edad de 40 años.
Fue un soñador de mundos, imágenes, paisajes, formas de relacionarnos, de narrar.
Se reconocía como un "convencido de que el mundo es un lugar lleno de historias para vivir y contar, un lugar donde las experiencias de otros pueden ayudarnos a entendernos a nosotros mismos". Su cámara era la extensión de su alma, el puente entre el asombro de la mirada y la magia del vuelo de un pájaro, la sonrisa de un niño, las manos curtidas por el sol y el trabajo de un campesino, la belleza ofrecida por las profundidades del mar, las ausencias en territorios y paisajes desolados por la codicia
humana generadora de desplazamiento y dolor. Con igual intensidad, dedicación y asombro, destacó la abundancia de amor desbordado en la solidaridad humana entre los desposeídos y en los límites y las fronteras de la incertidumbre social.
Su pasión por documentar en imágenes la vida lo llevó a una alquimia muy interesante y centro de su hacer profesional. Una vez superado el dominio de la técnica, pasó a interrogarse por el lenguaje que le permitiera explorar lo verdaderamente esencial de este arte, poniendo a prueba sus habilidades, experiencias, intereses y saberes; viviendo su propio proceso de cambios y transformaciones personales a través del descubrimiento de nuevas formas de ver e interpretar la vida.
En este libro, Retóricas del cine de no ficción en la era de la posverdad, quedan plasmadas sus búsquedas intelectuales y existenciales, con una propuesta reflexiva y pedagógica alternativa.
Viajero incansable, acompañado siempre por su cámara, que era su bitácora de vida, realizó uno de sus sueños trabajando para National Geographic: vivir en varios países, lo cual le amplió su espectro visual y cultural en función de la comunicación y la expresión visual.
Traslado luego su pasión a las aulas universitarias, y fue uno de los fundadores del programa de Comunicación Audiovisual y Multimedial en la Universidad de Antioquia, que acaba de cumplir 15 años. El regalo de Alejandro fue dejar un texto fundante, con las bases filosóficas, epistemológicas, etnográficas y sociológicas que hacen que el oficio del documentalista se encuentre en el cruce y centro de muchos saberes.
En memoria de mi hijo Alejo. Alejo, hijo amado, me preguntaste en alguna oportunidad si te ayudaría a llegar al final. Yo te respondí que sí, que para todos tus proyectos y necesidades podrías contar conmigo. Te acompañé a publicar tu libro, leí el borrador contigo y luego en el trabajo editorial. Discutí los contenidos en largas y enriquecedoras horas contigo. He tratado de darle vida a tu muerte, y a mi tristeza por tu ausencia, un sentido. Este libro es el mejor regalo para que vivas en la memoria de tu hijo, familia, amigos, docentes, alumnos y lectores, quienes tendrán la posibilidad de acercase a tu sentir, a tus sueños y reflexiones, a tu alma sensible, comprometida y visionaria.
Margarita Peláez, abril del 2019
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