Escuchar a las mujeres creadoras será siempre recibir maná de sus bocas. Y más si ocurre en un pueblo donde las brumas descienden hasta los jardines y se pasean con las ánimas en sus calles empedradas, limitadas por casas con zócalos y ventanas de colores, y la complicidad de tímidos faroles.
Concepción en el Oriente antioqueño es un lugar de película, atravesado por multitud de quebradas descolgadas de los cerros que la circundan, con el ímpetu y la misma fuerza telúrica de su bravío
José María Córdova.
De izquierda a derecha: Melisa Palacio, Angela Penagos, Yira Plaza, Nadine Holguín, Camila Loboguerrero, María del Pilar Valencia, Helena Mallarino, Valentina López, Jennifer Uribe, Marga López
Las directoras, actrices, escritoras, artistas y lideresas se tomaron las pantallas y la palabra en el 17 Festival Internacional de Cine celebrado allí entre el 8 y 11 de noviembre de 2024. Después de escucharlas y ver sus producciones, me pregunto ¿por qué no vemos cine colombiano? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué los profesores no usan las películas como herramientas pedagógicas? ¿Por qué aún hay pueblos donde no existe un teatro?
La piel en primavera
El cine nos devuelve el asombro que nos dejamos arrebatar por la urgencia del día a día, por la sobrevivencia y la rutina. Esto lo comprobé una vez más viendo las películas realizadas por mujeres colombianas. Una de ellas fue “La piel en primavera” dirigida por Jennifer Uribe (Medellín). Narra cómo Sandra, madre cabeza de familia, vigilante en un centro comercial, ve pasar los días en medio de la monotonía y la ausencia de motivaciones. El cine es para mostrar situaciones a través del lenguaje de las imágenes; Jennifer lo hace al presentar detalladamente los desplazamientos de Sandra desde su casa en un barrio popular hacia su sitio de trabajo. También su caminata con las manos cogidas atrás en los pasillos del centro comercial, sus repetidas respuestas a las mismas preguntas de los usuarios, hacer firmar las planillas de rondas, cruzar palabras con sus compañeras de trabajo en el vestier.
La película se centra en el deseo de la mujer. Su piel en primavera anhela amar, disfrutar la carne, desfogarse. Lleva años separada de su pareja con la compañía de su hijo adolescente quien acaba de conseguir una noviecita. La soledad y tristeza de Sandra salta a la vista. Coincide en sus viajes con un conductor de bus, inicia una relación romántica con él, quien se presenta como viudo y padre de una niña. Cenan, bailan, hacen el amor, pero el hombre no está en capacidad de ofrecer afectividad. Sólo quiere una mujer para que le cuide la niña mientras él sale a tener otras aventuras. Sandra se siente usada y decepcionada, rompe la relación con el conductor, pero no quiere dejar perder su impulso primaveral. Se dedica entonces a salir con amigas, a retozar con ellas, mientras su hijo entra en angustia porque su noviecita lo deja. Una película de largos planos, inquietantes silencios y sutiles sugerencias, donde, como lo expresa Jennifer, “los personajes son el alma de la cinta, no tanto la estructura narrativa”.
La historia de Sandra es la historia de millones de mujeres no sólo en Colombia, en el mundo entero. La historia de empleadas de hogar, de vendedoras, aseadoras, peluqueras, manicuristas, pedicuristas, porteras, cocineras de restaurante, cuidadoras. Esta película escoge a una mujer que además de ser pobre, atiende a un hijo, arregla una casa, se desempeña en un trabajo largo y rutinario. Destaca un ser de la geografía humana que nadie mira, en el que nadie se detiene. La cámara de Jennifer sí se ocupa de ella y ausculta los sótanos de sus carencias, sus vacíos, sus sufrimientos, la desesperanza y la imposibilidad de hallar nuevos y gratificantes sentidos para su vida. La directora icónica del cine colombiano, Camila Loboguerrero, manifestó que “ésta era una auténtica obra neorrealista”.
El rojo más puro
“El rojo más puro”, largo metraje documental de Yira Plaza (Cartagena), cuenta la historia de su propio núcleo familiar, destacando la ausencia de su padre, un integrante de la Unión Patriótica, quien dice “siempre estaré allí donde haya que defender los derechos sociales y políticos”. El documental hace memoria sobre la persecución implacable que sufrieron los militantes de la UP, ese exterminio que liquidó todo un partido político sólo por el hecho de solicitar democracia, equidad salarial, salud, educación, atención a los más vulnerables, reforma agraria. De algún modo, hace pensar sobre la normalización del genocidio político; la pasividad de la sociedad ante los crímenes de lesa humanidad, la deshumanización impulsada por la propaganda anticomunista y antiprogresista. Y lleva a preguntarnos, ¿cómo Colombia permitió tanta barbarie? Todos los estudiantes colombianos deben saber cómo se asesinó a miles de colombianos sólo por pensar distinto, para que eso no vuelva a suceder.
No obstante, el documental destaca la postura de tres protagonistas: el padre militante, la madre criadora, la hija cineasta. El papá es un sindicalista, un genuino luchador social, un hombre convencido de las causas a defender de tal modo que se ausenta de la familia para cumplir sus correrías interminables. Sufre un atentado en el que su escolta logra salvarle la vida, viaja a la Unión Soviética, luego a Bogotá donde participa en la directiva nacional de los trabajadores. Su esposa es una ama de casa que asume con estoicismo la crianza de la familia, apoyando la misión de su esposo, la cual comparte plenamente. Yira, la hija, lee atentamente el destino familiar, empieza a grabar escenas con sus padres en las que se revela el proyecto de vida de cada uno.
Como ocurriría en muchas familias colombianas, los hijos aprendieron la conciencia social de sus padres. Yira ingresó a la Juventud Comunista –JUCO- y participó en las luchas políticas, pero se agotó con las disputas eternas entre los numerosos grupos en que se dividió la izquierda, consecuencia de la enfermedad infantil del izquierdismo. El activismo político perdió una integrante, pero el cine colombiano ganó una gran directora.
María Cano
Ver un largo metraje de la primera mujer directora de cine que tuvo Colombia, Camila Loboguerrero (Bogotá), y poder conversar con ella fue un regalo hermoso de este festival en Concepción. La película narra el amor que María Cano (antioqueña) tenía por los trabajadores humildes y por los sin trabajo. Se ganó el cariño del pueblo trabajador, organizó y fundó el Partido Socialista Revolucionario en 1926, el mismo que fue perseguido y reprimido hasta que provocaron su disolución. Persecución e impunidad son constantes en la historia política de nuestro país. María viajó a las bananeras de la United Fruit Company antes de la masacre de alrededor de 1.400 campesinos en 1928, casi cae en una primera acción represiva violenta. Se destaca la relación que María Cano tuvo con el líder obrero y escritor Ignacio Torres Giraldo, quien le entregó un hijo suyo obtenido con su primera mujer. Se revela una actitud machista en el comportamiento de Torres, quien a pesar de su formación política y filosófica no ha trascendido la cultura patriarcal arraigada en su tiempo.
Realizada entre 1988-90, “María Cano” es una película que debería difundirse en los colegios para enseñar la verdadera historia de Colombia, vista desde el lado de los oprimidos y parcialmente desde los opresores. Para reconstruir la memoria, para entender de dónde venimos, para decidir el mejor lugar hacia dónde ir, porque aún nuestra sociedad no determina por consenso cuál es el país que quiere, y sigue dando tumbos como si el pasado de abusos y desgracias fuera lo que no quisiéramos superar. Las masacres contra los campesinos, obreros, líderes sociales-ambientales-políticos, estudiantes, se volvieron paisaje en Colombia a lo largo del siglo XX. El exterminio de la Unión Patriótica equivale a cinco veces más las victimas que cobró la matanza de las bananeras.
El documental “María Cano” nos revela que la violencia en nuestro país ha estado asociada a la codicia en el pago de los salarios a los trabajadores, al control político de las regiones y del poder central, al despojo de la tierra. Películas y documentales más recientes se suman para mostrar cómo en la segunda mitad del siglo, la violencia responde al dominio de las rutas del narcotráfico, a la consolidación de la minería legal e ilegal, a la explotación de la madera y la ganadería, al afán totalitario de impedir que surjan fuerzas políticas con propuestas democráticas y populares, otra vez a la tenencia de la tierra. Eso somos. Esa es la historia de Colombia. Tenemos que conocernos. El cine, entonces, es una poderosa herramienta para lograrlo. El cine nos ayuda a construir la memoria.
Mujer
El documental “Woman” dirigido por Anastasia Mikova y Yann Arthus-Bertrand, con la participación destacada en su producción por parte de Valentina López (Pereira) quien estuvo en las entrevistas a 2.000 mujeres en 50 países, es una catarata de abusos y violencias narradas por mujeres de diversas culturas y etnias. Para evitar sesgos en las interpretaciones no se dicen sus nombres ni nacionalidades. Como hombre sentí tensión y pena durante casi todo el documental, sólo hubo un par de instantes de alivio cuando se refirieron al momento de dar a luz un bebé y a los logros más significativos en sus vidas.
Con una excelente producción artística, banda sonora, primeros planos, respuestas en bloques de preguntas, Woman recoge en las voces de las mujeres, sus sufrimientos, luchas, vulnerabilidades, derrotas, la discriminación laboral-estética-racial. Hablan mujeres violadas, castigadas, segregadas, amputadas. Las mujeres como carne de cañón, como trofeos de guerra para los combatientes vencedores, como instrumentos de dominación, como sirvientas. Tanta denuncia cruda lo lleva a uno a preguntarse ¿por qué persiste la opresión y sometimiento de la mujer después de tantos siglos de humillación?
En este punto vale recordar que el machismo aún imperante es un problema de orden cultural, más que político, de carencia de leyes o de justicia penal. La cultura helénica de la cual somos hijos, llevó a atribuirle a Tales de Mileto lo que otros refieren de Sócrates. Según el libro “Vidas de los filósofos más ilustres”, de Diógenes Laercio, biógrafo del siglo II d.C., aquellos pensadores manifestaron: “por tres cosas doy gracias a la fortuna: la primera, por haber nacido hombre y no bestia; segunda, varón y no mujer; tercera, griego y no bárbaro”. Raíces de la sociedad antropocéntrica, androcéntrica y eurocentrista. Tales fueron las posturas en la cuna de la civilización occidental, cultura griega que no solo cautivó a Occidente, también en parte a Oriente. Las religiones, unas más que otras, discriminaron a la mujer. La religión católica ve en la mujer la provocadora del pecado, el demonio de carne que hace perder al hombre. La influencia de las culturas griega y religiosas suman siglos; ellas junto con la influencia de la modernidad (la acumulación originaria que arrancó con la conquista de América) originaron las multicrisis del mundo actual: el sometimiento a la mujer, la destrucción de la naturaleza, la supremacía blanca imperialista, la persistencia del colonialismo con sus racismos, el modelo de desarrollo económico basado en el uso intensivo de combustibles fósiles y su gran “conquista” en la biosfera: el cambio climático.
Las luchas valerosas de las mujeres por la equidad de género produjeron vertientes de feminismo que fortalecen sus objetivos y las llevan a considerar a los hombres no como enemigos sino como aliados en el desmonte del patriarcado. Bajo esta concepción, la lideresa Paola Rueda López, directora de LiderazgoMujer.com, repitió durante su charla inaugural del Festival: “Equidad de género no es encima ni debajo, sino al lado”. Es decir, no se trata de maltratar a nadie, sino de caminar juntos, de la mano en pos del reconocimiento igualitario. Confieso que durante el documental Woman me sentí culpable. Es que, como muchos hombres, soy hijo de una sociedad machista en la que crecí, la que nos ha llevado a cometer errores, afortunadamente que no merecen la sanción social ni la cárcel.
El animero / Son de la muerte
Es un cortometraje dirigido por Nadine Holguín (Liborina) basado en un mito que arraigó en los habitantes de Concepción. Un hombre de avanzada edad se proclama animero y pretende dar el último paseo a las ánimas del cementerio, para llevarlas a descansar. Dice a su hijo que lo espera en el cementerio para iniciar la procesión con los vecinos que quieran sumarse durante el recorrido. Le advierte que “sientas lo que sientas, no mires atrás” porque verás las ánimas. El hijo no hace caso, se queda detrás de los marchantes en las calles de piedras brillantes del pueblo de Concepción, mira atrás y en efecto ve las ánimas que lo zambullen en el remolino de una danza fantástica, una danza de terror, un son de la muerte.
Es una metáfora donde se juega quien está en proceso de convertirse en ánima. Todos vamos a ser ánimas, todos vamos a morir. Pareciera que el padre es quien está en proceso de convertirse en ánima, de ahí su invitación “te espero en el cementerio”. Pero, también puede ser su hijo como se sugiere al final cuando regresa el papá a la casa a gritar: “Te espero en el cementerio” y se difumina la imagen de las paredes. ¿Quién se va primero?
Este cortometraje nos evoca la diversidad de mitos que orbitan en el imaginario colectivo antioqueño los cuales han servido para hacer literatura como el caso de “En la diestra de Dios Padre” o “Simón el mago” de Tomás Carrasquilla. Nadine se atreve a fundir las artes escénicas, la danza y la música en el cine, aprovechando la veta mítica que existe en el territorio. Una sugestiva apuesta artística.
Con su música a otra parte
“Con su música a otra parte” es la primera película –largo metraje- realizada por una mujer en Colombia en 1984. Camila Loboguerrero hace una tragicomedia sobre el arribismo y los torcidos acostumbrados por sectores de las clases altas. Se concentra en la celebración de la navidad en una familia, gente de bien de Bogotá, que vive en una casa majestuosa la cual empieza a entrar en ruinas sin que sus ocupantes se enteren. La casa tipo colonial les susurra su decadencia, pero esta gente solo escucha y ve los sonidos y colores del dinero. La mamá vive allí con sus dos hijos, la esposa de uno de ellos y dos niñas. El hijo soltero se acuesta con la esposa de su hermano, quiere apropiarse de sus ahorros, no le paga deudas acumuladas al suegro de su hermano.
Es el típico pícaro que ve en todo el que llega a su casa una víctima a estafar, incluida una vecina, otra gente de bien que llega vestida de jinete jockey en soberbio caballo, precisamente la que tiene la hipoteca de la lujosa mansión por préstamos continuos que le ha hecho a la madre de la familia. Nadie lo sabe. Hasta que el suegro no aguanta más dilación en el pago de la deuda por parte del hijo pícaro y llega a recoger vajillas y enseres para cobrársela, pero la vecina le dice que nada puede sacar porque todo pertenece a ella gracias a la hipoteca. Aquí se arma otro florero de Llorente; el pícaro astuto que sabe no le es indiferente a la vecina, se le abalanza, la besa, y asunto resuelto. Toda la propiedad y sus dotes quedan nuevamente en familia. Ciudad hidalga la denominó el historiador argentino José Luis Romero. La película revela el personaje que siempre ha estado desde el surgimiento de la República, el pícaro codicioso, con apellido de gente de bien, supremamente hábil, horrorosamente gandul, arribista sin límite, premiado, y finalmente triunfador.
La película, según su directora, fue hecha para divertir y hacer reír mostrando una realidad. Le dije a Camila Loboguerrero que no me divertí, no me sacó ni una risa. Al contrario, todo el tiempo de su proyección me sentí fastidiado, chocado e indignado por comprobar una vez más cómo la gente de bien resuelve sus asuntos.
Póngale color
Es un cortometraje de Camila Loboguerrrero realizado en 1985. Recoge la preparación para celebrar el día de la madre en una familia de clase media baja. Padre e hijo quieren sorprender a la mamá con un regalo grande; no piensan en regalarle algo que le sirva directamente a ella, algo que le apetezca como mujer, como una blusa, un vestido, una cartera, un abrigo, etc. No se comunican para ponerse de acuerdo qué tipo de regalo le van a ofrecer. Finalmente, luego de gestiones financieras en las que padre e hijo caen en garras de un vendedor hábil, compran ambos por aparte sendas neveras. Llegan el día de madre cada uno con una nevera, muy ufanos de darle algo grande y “apropiado”.
Muestra el cortometraje un pedazo de lo que somos los colombianos. Todavía creemos que dar una nevera, una lavadora, una tostadora, una licuadora, una máquina de moler (?¡) es un regalo apropiado para la madre. Eso es un regalo para beneficio de toda la familia. Ahora, algunas escenas muestran los programas de televisión que usualmente consumen las familias: partidos de futbol y telenovelas importadas. Cada quien elige qué le echa a la cabeza, pero esos consumos reflejan el nivel cultural de nuestro país. Nos matamos por defender un trapo o camiseta deportiva, pero nos quedamos callados ante las expulsiones de campesinos de sus tierras, ante los falsos positivos de miles de jóvenes inermes, ante el asesinato de muchachos con hambre que reclaman apoyo en un estallido social.
Atacama –performance-.
El aire es una selva invisible, dice el poema “Atacama” de la poeta Marga López. Inspirada en este poema, su hija Melisa Palacio López, bailarina, artista visual y científica, nos regaló con música y simétrica danza una performance en el que su cuerpo dibujó la transparencia del aire; los vórtices, taladros y curvas del viento; la finura cristalina de la arena; las estatuas de las dunas; mientras en la pantalla se relevaban las imágenes de los yermos inhabitados, arenales enigmáticos, territorios sombríos, cuya extrema soledad emana asombro y belleza.
Y la voz potente de Marga, esa juglar, mujer sabia y ancestral, esa mujer que no anda sino que conversa con el espacio y congela el tiempo, reemplaza de pronto la música:
Del alto mar el aire llega enfriado
De hojas y fragatas
La salina le humedece de algas
Y amurado vuelve
Saliva pura la neblina
Entonces prende a cada flor
Un vado tan mínimo de sol y sal marina
Que la gota es milagro condensado
Dulce maná dejado entre la espina
Si la lejura no formara el frio
Ni la niebla acendrara luz y escama
Si el cactus no guardara su sombrío
Y la sed su aljibito de agua en rama
El ave no hallaría su desvío
Y el guanato no fuera el Atacama.
Marga López no habita la poesía, la poesía la habita a ella.
El Festival de Cine en Concepción fue también la fiesta sacra de la palabra. La sabiduría en otras mujeres como la poeta Ángela Penagos quien nos confesó cómo las palabras la eligieron a ella en un juego con su padre.
De izquierda a derecha: Elena Mallarino, Angela Penagos, Paola Rueda,
Víctor Morales y Margarita Peláez
En Margarita Peláez, académica laureada, quien tuvo el acierto de recordar en magnifico relato la valía de esa otra gran mujer, Piedad Córdoba, la que luchó por los derechos de las mujeres y los caídos en desgracia. En las mujeres de la resistencia que desde los territorios profundos tejen resiliencia, sanación, nidos de alivio colectivo, aprendizajes entre manualidades y artesanías. Las mujeres sobrevivientes de la Unión Patriótica afirman que su terquedad las hace más consistentes, indomables bosques de resiliencia. Con colchas, chumbes y tejidos, las indígenas Misak reconstruyen la memoria. A pesar de sus corazones reventados en mil fragmentos nuestras mujeres resistentes a la barbarie siguen luchando.