Por: Margarita María Peláez M
Cuando los lagos más bellos
los encontré en sus ojos profundos,
y el brillo de sus pupilas lo comparé
con el más bello atardecer,
me deslumbré, pero esto no era suficiente.
No reía, siempre tenía prisa,
perdía el control fácilmente.
No conocía el asombro, los detalles, los límites,
la autopercepción y la diferencia con el otro.
Poco a poco, se fue desdibujando ese rostro,
que era mi mejor paisaje.
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