Por: Margarita María Peláez Mejía
Mis cuentos son autobiográficos.
De niña adoraba las historias,
los cuentos antes de dormir.
Lo mismo hice con mis hijos y nieto,
leerles o contarles cuentos en las noches,
invitándolos a soñar otros mundos
y aventuras maravillosas.
La angustia se atenúa con un buen cuento.
Un llanto se llena de consuelo con un cuento.
El miedo ha inventado milenarios cuentos.
La tristeza y el frío se pueden burlar y entretener
con un buen cuento, y de paso para calentar
el ambiente, que nos arrebate la risa y
fluyan como chispas de fuego las carcajadas.
El cuento dibuja, crea paisajes, diluye el dolor,
sana tristezas, alegra con los paisajes,
cosechas, encuentros, festejos y amores
que transforma y recrean la vida, posibilitando
soñar otros mundos, en paz, empáticos y festivos.
Hay un cuento que está por ser escrito,
trato de seguirle la pista a mis palabras
y posibles narrativas antes de escribir.
Trato de encontrar la conexión entre las palabras,
el emocionar, la imaginación y el corazón.
¿Se podrá dibujar en el papel, lo que aún no se atreve
a balbucear, a nombrar, a salir en palabras,
porque aún es incierto?
Siento que estoy en medio de la lucidez,
la etapa de la ensoñación
y el sueño.
Ahora entiendo porque las estrellas
al observarnos dicen
"los fugaces son los seres humanos".
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