Por: Margarita María Peláez Mejía
Era una noche fría, con vientos frescos que movían rítmicamente las hojas de los árboles, en nuestro entorno familiar de casas fincas con amplias zonas verdes y bosques nativos, se presentía una noche tranquila.
El frío del ambiente se correspondía con el frío y soledad de mi alma, mi hijo con cinco meses estaba recién operado, y su padre y yo nos turnábamos día y noche para cuidarlo. Realicé el turno del día y me acosté fundida, preocupada, estresada, y caí rápidamente en un sueño profundo. Sentí de pronto un peso sobre mi cuerpo, un calor tibio y un olor fuerte a pelo mojado, una respiración cerca de mi cara. Desperté, no me atrevía a abrir los ojos, tenía pánico. Me pregunté: ¿estoy despierta o estoy en una pesadilla? alerté mis sentidos y empecé mentalmente a sentir peso, olor y una mirada sobre mi cuerpo. Me paralicé del miedo. Intenté gritar para pedir ayuda a mi marido que se encontraba en la alcoba vecina con el niño, mi garganta y cuerdas vocales estaban paralizadas y no respondían. Sentía mi cuerpo y piernas rígidas.
Reuní fuerzas, sabía que un ser estaba sobre mí, era claro que no era un humano. No me atrevía a mirar, di un salto y corrí a la alcoba en donde se encontraba Fernando y mi hijo Simón, emití un grito; ya mi marido estaba alerta y en pie, yo corrí y me escondí detrás de la puerta de la alcoba y desde allí miramos como se nos acercaba un animal más grande que un perro doméstico, de pelo rojizo, una cabeza pequeña para su cuerpo, que con paso tranquilo venía siguiendo mi huella y vino directamente a la cama en donde estaba nuestro hijo, y se acostó a su lado.
Nuestro pánico y desconcierto crecía. ¿Qué animal es éste? ¿atacará al bebé? ¿qué hacer? Mi marido reaccionó, se acercó al animal y con sus manos le hizo gestos para arriarlo e invitarlo a salir de la cama. Él se paró tranquilo, nos miró como entendiendo y se dirigió, volviendo sobre sus pasos a mi cuarto. Observamos que la ventana estaba abierta, ¡por allí entró! era difícil, porque tenía barrotes de macana a corta distancia unos de otros, él se subió a la ventana, introdujo su pequeña cabeza y deslizó su cuerpo, logrando pasar al tejado de manera fácil.
La casa era de dos niveles y la alcoba estaba en el segundo piso. Cerramos rápidamente la ventana y corrimos al cuarto del hijo que seguía durmiendo sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo, cuando miramos por la ventana de este cuarto, que daba al patio interno de la ropa y estaba cubierto por una reja, vemos al bello y tranquilo animal, de piel rojiza, desplazarse con pasos largos, elegantes y suaves por encima de la reja, de pronto hace un giro con su cuerpo, se descuelga enredando su cola en la reja y se desliza por la pared. No es un mico, entonces, ¿qué es?
Nos bajamos al primer piso a observarlo, llamamos al celador a pedirle su concepto sobre nuestro visitante inesperado, no lo había visto antes.
Mi hijo mayor estaba despierto y lo observaba con cariño y admiración, el animal se paseaba y nosotros ya lo habíamos "adoptado", le teníamos simpatía. Nuestro visitante, de un momento a otro, decidió regresar a su hábitat, salió por el techo, se fue al bosque detrás de la casa. Eran las 7:15 am.
No dormimos esa noche, la pregunta que nos seguíamos haciendo era: ¿qué animal era este que nos visitó? unos decían, es un zorro, otros opinaban que un tigrillo, pero la cola prensil y su comportamiento, no correspondían. Un vecino argumentó que podría ser un animal raro importado para el zoológico privado del narcotraficante Pablo Escobar, quien vivía en ese sector.
Al día de hoy sigue siendo una incógnita el nombre de mi inesperado acompañante en una fresca y fría noche.
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