septiembre 02, 2023

El Fotógrafo de la Colombia Rural, Alejandro Cock Peláez

Por:  Margarita María Peláez M.
Madre de Alejandro


"Lo único que no se puede aplazar en la vida es la búsqueda de los sueños".
Alejandro Cock Peláez.(1974-2015).


Mi hijo Alejo, se despidió de la vida y emprendió vuelo hacia la eternidad el 1 de mayo de 2015 a la edad de 40 años.

Era un soñador de mundos, imágenes, paisajes, formas de relacionarnos, de narrar... Se reconocía como un "convencido de que el mundo es un lugar lleno de historias para vivir y contar, un lugar donde las experiencias de otros pueden ayudarnos a entendernos a nosotros mismos". Su cámara era la extensión de su alma, el puente entre el asombro de la mirada y la magia del vuelo de un pájaro, la sonrisa de un niño, las manos curtidas por el sol y el trabajo de un campesino, la belleza ofrecida por las profundidades del mar, las ausencias en territorios y paisajes desolados por la codicia humana generadora de desplazamiento y dolor. Con igual intensidad, dedicación y asombro, destacó la abundancia del amor desbordado en la solidaridad humana entre los desposeídos y en los límites y fronteras de la incertidumbre.

Su trabajo nos lleva a las profundidades del ser humano, sus tareas, creaciones y entornos. La magia lograda con los juegos de luz de su cámara, el movimiento y los detalles que capturan singularidades, hacen de su trabajo y curiosidad un homenaje a la naturaleza, la vida, la cotidianidad y vuelve protagonista el trabajo de las comunidades campesinas, indígenas, negras, mujeres, las comunidades diversas y excluidas, las poblaciones desplazadas. Dio voz a quienes no la tenían, visibilizó las injusticias, soñó con que otro mundo mejor era posible.

Alejo compartió la filosofía sobre "el buen vivir" de los pueblos originarios andinos, que ofrece horizontes amplios para que la humanidad salga de la crisis actual, se conecte con su ser, con la pachá mama, le de sentido a la vida individual y colectiva. El buen vivir como concepto hace referencia a ideales y prácticas de economía solidaria, soberanía alimentaria, derechos de la naturaleza, protección de la biodiversidad, defensa del territorio, resolución de conflictos y convivencia ciudadana respetando las diferencias sociales, culturales y políticas.

Para lograr el buen vivir, es necesario mantener relaciones respetuosas con cada una de estas formas interdependientes de vida (humanos, animales, minerales, los ríos, las selvas, el subsuelo, el aire) basados en la co-responsabilidad y en el reconocimiento de los derechos de cada especie. Esto es vivir bien, no sólo estar bien. Esta forma de ver el mundo por los pueblos ancestrales es totalmente opuesta a nuestra manera de vivir, basta con mirar la forma como contaminamos los mares, el aire, la tierra.

El tiempo y el desarrollo son asumidos también de manera diferente por los pueblos ancestrales indígenas. En nuestras sociedades capitalistas el desarrollo está medido en términos económicos, en acumulación de capital, de Producto Interno Bruto y en el tener como un modelo y estilo de vida, imitando los llamados "países desarrollados" que viven bajo la presión del tiempo y la competencia, el lucro inmediato y el individualismo. El Buen vivir concibe el tiempo en espiral, en ciclos que se van dando en un tiempo lento y armónico, de días, noches, estaciones, siembras y cosechas, donde el ser humano conversa y respeta las pausas de la naturaleza, celebran las cosechas, la tierra, las lluvias. Es decir, la VIDA.

Coherente con su forma de pensar, fue activista ambiental y pionero en la conformación e impulso de las reservas naturales de la sociedad civil, logrando que la finca familiar Monte Vivo, de propiedad de su familia paterna, fuera declarada en 1996 en esta categoría, protegiendo aguas y bosques nativos, necesarios para Santa Elena y Medellín. Además fue uno de los fundadores de AMICHOCO y lideró el programa oro verde, hacia una minería responsable, proyecto pionero a nivel mundial, fue certificado el oro ecológico de minería artesanal y de pequeña escala y vendido a joyeros que le apuestan a la ética del cuidado de la vida y la naturaleza, que debe protegerse en su biodiversidad.

Desde esta perspectiva Alejandro nos puso de frente con esta conexión esencial y profunda con nuestros antepasados indígenas, con la esperanza de aportar experiencias para tener sociedades más armónicas, equitativas y en paz.

Su pasión por documentar en imágenes la vida lo llevó a una alquimia muy interesante y centro de su hacer profesional. Una vez superado el dominio de la técnica, pasó a interrogarse por el lenguaje que le permitiera explorar lo verdaderamente esencial de este arte, poniendo a prueba sus habilidades, experiencias, intereses y saberes; viviendo su propio proceso de cambios y transformaciones personales a través del descubrimiento de nuevas formas de ver e interpretar la vida.

En su libro, "Retóricas del cine de no ficción en la era de la posverdad" quedan plasmadas sus búsquedas intelectuales y existenciales, con una propuesta reflexiva y pedagógica alternativa. Trasladó luego su pasión a las aulas universitarias, y fue uno de los fundadores del programa de comunicación audiovisual y multimedios Universidad de Antioquía. El regalo de Alejandro fue el dejar un texto fundamental, con las bases filosóficas, epistemológica, etnográficas y sociológicas que hacen que el oficio del documentalista se encuentre en el cruce y centro de muchos saberes.

Amoroso hijo, padre, hermano y amigo. De profesión y oficio fotógrafo y documentalista, un docente que nos deja un legado en sus escritos, investigaciones, imágenes y manera de asumir la vida, la enfermedad y la muerte con honestidad, humildad y valentía. Un gran ejemplo a seguir por las nuevas generaciones, un ser humano que hizo realidad su sueños!!!.

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